originalmente publicado en el suplemento
Tomo del periódico Excélsior
Para planear mis vacaciones de fin de año en 1999, me puse a buscar información en el Internet, ya que me encontraba estudiando fuera del país. Fue muy extraño encontrar de inmediato una página en la que se explicaba de manera gráfica y clara el daño ecológico que la industria del turismo ha provocado en Playa del Carmen. Se trataba de una intervención informática experimental de Mejor Vida Corp., un proyecto de la artista contemporánea Minerva Cuevas cuyo trabajo hace tiempo salió del ámbito exclusivo de las galerías de arte y se produce también en canales de distribución poco habituales, como entonces era el internet. Cuevas es quizá la artista mexicana que más ha criticado los impulsos destructivos del capitalismo actual. Con Mejor Vida Corp. ella y sus colegas fueron pioneros en hacer lo que diez años después sería indispensable: las campañas políticas en internet.
No es común que los artistas contemporáneos mexicanos aborden los problemas de nuestra sociedad de una manera que influya más allá de los canales limitados de las instituciones artísticas. Pocas veces una propuesta como la serie fotográfica Ricas y Famosas, de Daniela Rossell (de la cual ponemos un ejemplo arriba), produce alguna repercusión en la discusión pública. En ese caso se armó un escándalo por el derroche visible en las residencias de algunos políticos y la utilización de sus parientes como modelos. La intensidad grotesca de las fotografías llegó a la portada de la revista Proceso. Sin embargo, la inmensa mayoría de los artistas, incluso de los más importantes, no verán nunca una cobertura similar para sus obras o sus ideas.
Por ello el tema de la democracia es tan difícil en lo que respecta al arte actual, los mejores intentos están destinados a un pequeño grupo de enterados. Desde luego que el arte Mexicano, en lo que quizá ha sido su expresión más contundente, ha sido político. El muralismo es todavía la contribución más original del arte nacional, y puede decirse que muchos de los problemas que trató tienen una gran actualidad. Hay una litografía de Leopoldo Méndez, del Taller de la Gráfica Popular, ilustrando dramáticamente el hecho de que en México había “4000 hogares sin pan”…una utopía desde nuestro punto de vista.
La censura pasa hoy a un segundo plano, el principal problema es que tenemos una cantidad enorme de canales de difusión y que frente a ellos las obras de arte pocas veces encuentran la manera de ser relevantes. Citemos un ejemplo reciente: la exposición de Teresa Margolles en la Bienal de Venecia de este año. La intención parece enfática: está revelando al mundo nuestra situación actual de narco-terror. Sólo que en las noticias ya México está perfectamente identificado con toda una serie de imágenes referentes a este problema. Los encajuelados y las cabezas cortadas se añaden al repertorio iconográfico nacional. El proyecto de la Bienal tiene el reto mayúsculo de proponer algo que no haya sido cubierto, ya sea por cadenas de difusión mundial, como la BBC o el New York Times, o bien discutido en miles de blogs de comentaristas buenos, malos y regulares. El sentido de las obras es susceptible de desintegrarse en la turbulencia comunicativa.
La práctica del arte contemporáneo no es en sí “culpable” de esta dificultad de articulación. Obstáculos similares para armar un discurso democrático y significativo socialmente hablando afectan también al periodismo, a las actividades académicas, a la literatura, la ciencia y, por supuesto, al activismo político. Nos encontramos ante un mal sistémico en las sociedades de hoy, la gritería de los medios masivos ataranta culturas enteras, modifica el lenguaje antes de que pueda significar algo y amplifica el ruido blanco de la estupidez humana. Se da una intermitente y dolorosa paradoja, la información puede entorpecer la democracia.
Es innegable la superficialidad de muchos productores de arte, incluso de algunos que se dicen radicales. Se acostumbra elaborar enunciados que son apenas dignos de una concursante de Señorita México. También es cierto que las manifestaciones artísticas acaban muy empobrecidas si su pertinencia política (otra forma de decir moral) es el único parámetro que nos permitimos para validarlas. Pero negar que en algunos casos el arte contemporáneo, como cualquier producto cultural, puede alcanzar una capacidad crítica y contribuir a la atmósfera discursiva de una sociedad es simplemente un acto de intolerancia.
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