Eduardo Abaroa, 07-09
Joseph Jacotot muestra a sus alumnos un libro en 1818. El habla francés, ellos no. Hasta ahí todo va bien, pero lo malo es que Jacotot no habla el idioma de sus alumnos. A pesar de todo se propone enseñarles francés y para ello les pide, por medio de un traductor, que memoricen la versión bilingüe de la novela Thelemaque de Francois Fenelon. Pero podría haber sido cualquier otro libro. Luego los alumnos tendrán que resumir lo que leyeron por escrito y en francés. Esto lo hicieron sorprendentemente bien por sí mismos, comparando las palabras francesas aprendidas de memoria con las de su propio idioma. El maestro no tuvo que explicar ni sintaxis ni absolutamente nada.
Recuerdo un filme documental en el que una familia alemana cocina. El padre corta papas con un cuchillo. Cortar las papas es una manera de dar forma. De este modo se puede dar forma a cualquier cosa. El escultor puede dar forma a la piedra y del mismo modo cualquier persona puede darse forma a sí misma. Todos pueden dar forma a la sociedad. Todo hombre es un artista.
Los alumnos de arte están cansados de dibujar. Dibujan durante dos horas diarias a una misma mujer incómoda y desnuda. Para estimular la mente se emplea música de Bach. El método que les enseñan parece no ser el más eficaz, casi todos los dibujos salen mal y para colmo se parecen entre sí. Los lápices se acaban uno tras otro, y la obra de arte no llega. Así que cuando el nuevo maestro Santamarina les sugiere que hagan una obra de arte sólo con una grabadora de cassettes, que se aprende a usar en cinco minutos, hay cierta esperanza.
Durante siglos el Arte de la Memoria se atribuyó a Marco Tulio Cicerón. Ahora sabemos que el principal compendio de este arte, titulado Ad Herennium, no fue escrito por él, sino por alguien cuyo nombre se ha perdido. Pero el sistema y su errática interpretación tuvieron consecuencias para pensadores tan diversos como Tomás de Aquino, Giordano Bruno, Tomasso Campanella y William Shakespeare. El Arte de la Memoria consistía en esto: para los senadores y abogados romanos era un problema importante recordar los largos discursos ante sus conciudadanos. De la memoria podía depender el futuro de Roma, que se decidía tanto en en el podium como en el campo de batalla. Para memorizar los intrincados giros de su discurso, el orador debía visualizar mentalmente un edificio con varias habitaciones o nichos. Cada espacio estaría ocupado por una figura alusiva al contenido del discurso. Podía ser un personaje o un objeto. Se recomendaban las imágenes llamativas, podía usarse pintura roja u otros medios para hacer las escenas más impactantes, incluso grotescas o repugnantes. También sería útil añadir detalles que correspondieran a los temas, las frases y los ejemplos empleados. Esto es lo que se llamaba “memoria artificial”. Cuando empezara el discurso, el orador debía simplemente recorrer el edificio que había imaginado y al ver las figuras multicolores y vistosas allí dispuestas iría recordando las partes de su argumentación. Era preferible que los cuartos estuvieran bien iluminados.
Hoy nos parece increíble que alguien haya podido practicar el arte de la memoria. Ni siquiera Frances A. Yates, que escribió un excelente ensayo al respecto, estaba convencida de su utilidad. Igualmente nos parece extraño que alguien pueda memorizar un libro palabra por palabra, como requería Jacotot. Sin embargo, con este primer paso, el maestro lograba enseñar a los alumnos a manejar un idioma en muy poco tiempo. En su opinión, había que adoptar tres preceptos:
1-todos los hombres son igualmente inteligentes
2-todo hombre ha recibido de dios la facultad de aprender por sí mismo
3-todo está en todo.
Jacotot, probó que, mediante su método, él podía enseñar otras lenguas, matemáticas e incluso algo que no conociera, como música o pintura. El maestro podía ser ignorante y de todos modos instruir a los alumnos, porque lo que importaba era emanciparlos de la autoridad de los maestros. La pedagogía tradicional implicaba que el docente transmitiera al alumno cosas que éste no podría nunca entender por sí mismo. Jacotot vió el acto mismo de explicar como un ejercicio de poder que desviaba al alumno de su propia confianza y de sus capacidades. No era necesario explicar una vez que el alumno entendiera, por su propio esfuerzo, mediante ensayo y error, el lenguaje necesario para dominar cualquier disciplina. Una vez logrado esto, el alumno podría aprender lo que se propusiera simplemente recordando cómo había aprendido sin ayuda. Muchos artistas actuales buscan algo similar. Cuando hablan del “proceso” en la obra, hablan de un personal y errático proceso de aprendizaje.
Rikrit Tiravanija fue el principal ponente en la versión mexicana del ejercicio didáctico emprendido recientemente por Anton Vidokle: United Nations Plaza. Esta iniciativa es básicamente una mesa de discusión itinerante donde artistas y escritores de todo el mundo pueden dialogar sobre los temas más diversos. Por medio de imágenes proyectadas en la pared, Tiravanija mostró su proyecto “The Land”, que es una especie de residencia esporádica para artistas y que consiste en modificar paulatinamente un terreno en Tailandia. Allí se acercan invitados de diferentes partes del mundo para diseñar edificios, meditar, resolver problemas prácticos, etc. Algunos participantes buscan soluciones ecológicamente viables. Philippe Parreno y Fransois Roche propusieron dotar al sitio de un sistema de comunicación vía satélite. Para generar la energía requerida por el sistema propusieron usar un elefante cuyo excremento funcionaba bien como bio-combustible. El elefante ayudaría a otras actividades del sitio. Pero nadie pronosticó la enorme cantidad de comida que iba a necesitar el animal. Alguien preguntó a Rikrit si se consideraba un experto o un amateur. El respondió que no pensaba en términos de “experto” y “amateur”.
El maestro ignorante es una figura importante en nuestro tiempo y lugar. Incluso llegan reportes de que el sindicato corrupto de maestros y la mayor cadena televisiva de México (ambos responsables principales de la estulticia de toda una nación) se han aliado para la producción de un programa televisivo de concursos. El nombre para el programa, “Todo mundo cree que sabe”, en realidad significa sarcástica y descaradamente, “Todos ustedes son unos ignorantes”. Con esto se pretende reconciliar a la sociedad con sus docentes. Es extraño como en México la educación tiene tanta resonancia política.
Jacotot evocó al maestro ignorante de un modo distinto. Su propuesta estaba diseñada para una Francia del siglo XIX en la que no había maestros suficientes. El padre sin recursos podía enseñar habilidades vitales para la vida plena de sus hijos si lograba emanciparse y emanciparlos del costoso sistema de explicación…de la idea de que la inteligencia de los ciudadanos era inferior y de que necesitaban forzosamente maestros que explicaran indefinidamente hasta la cosa más obvia. Por medio de trabajo duro todos pueden aprender lo que sea.
Parecería una paradoja, pero es cierto que muchos medios de comunicación masiva, como el radio y la televisión se han dispersado bajo la coartada de una función pedagógica. Se trata de hacer llegar el progreso a todos los rincones. Esto se ve mejor en regímenes totalitarios en donde los discursos transmitidos explican incesantemente a los súbditos las razones del estado. Debord desenmascara la función coercitiva de los medios más democráticos.
Quizá el Arte de la Memoria descrito por Yates nos parece tan fantástico porque en nuestra época las imágenes se usan primordialmente para olvidar. La televisión desde nuestra perspectiva es una inmensa colección de imágenes que parece estar diseñada para borrar por completo casi todo. Sólo se salvan unas cuantas narrativas, personajes o formatos simples repetidos hasta la náusea.
El Arte de la Memoria adquirió nueva vigencia cuando se empezó a hablar de “realidad virtual”. Pronto recordaremos con nostalgia tecnológica aquellas visualizaciones de individuos con casco, lentes y guantes. buscando información al caminar en una biblioteca “virtual”. Tal vez ahora se evidencia que ésa era una tontería de interfase. Pero las habitaciones virtuales prevalecieron en Duke Nuk’em y otros videojuegos que sustituyen tanto la percepción espacial como el movimiento del cuerpo real. En parte es el placer de recorrer un laberinto tras otro, memorizando rutas lo que ahora genera comunidades virtuales de varios miles de jugadores. El éxito de los videojuegos es que propician un prolongado aprendizaje que no sirve para nada. Lo que los perpetúa no sólo es la sed de sangre, como algunos creen, sino el placer del aprendizaje a alta velocidad y sin riesgos importantes, salvo quizá el riesgo de perder toda una vida jugando. En contraste, el internet, a pesar de un millón de ociosidades posibles, es un medio que ayuda inédita e invaluablemente a quien quiera aprender lo que sea. Aun así la utopía está lejos.
El hallazgo de Jacotot se volvió famoso. Algunas personas trataron de incluirlo en su propia agenda del progreso. Pero Jacotot no estaba de acuerdo con una agenda que aceptara un maestro explicador, un personaje que ejecutara el papel de conocedor por sobre los demás. Sorprendentemente, sus ideas no proponían un cambio político revolucionario. El pensaba que tan pronto se hablara de nuevas instituciones se reestablecería la desigualdad y que la emancipación del individuo es incompatible con la logica estultificante de la sociedad. Pero Jacotot si vislumbraba momentos felices y efímeros en los que los hombres podían compartir experiencias de igual a igual, sin jerarquías. La equidad debía ser un punto de partida, no un objetivo a cumplir en el futuro.
Esta fase del recuento que Rancière hace de la vida y obra de Jacotot en 1987 nos parece algo equivalente a la disidencia en permanente retirada de Deleuze y Guattari. Como ellos, muchos autores de la época trataban de entender las lecciones de lo que sucedió en la revuelta de estudiantes del sesenta y ocho francés, que cada vez más se pierde en el olvido.
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